Me siento solo, pero… ¿por qué?

«Por qué me siento solo o sola» es una cuestión más recurrente de lo que imaginas. Cuando existe miedo a la soledad, estar sola/o genera malestar.

¿Por qué pasa esto? Puede ser que el diálogo interno (cómo se habla a sí misma/o) sea desagradable, entonces se prefiere estar acompañada/o para que ese diálogo no se dé. Por ejemplo, estoy sola/o y empiezo a «comerme la cabeza» pensando: “¡qué sola/o estoy!, ¡nadie quiere estar conmigo!, ¡soy un desastre porque nadie quiere estar a mi lado!, ¡todos se acaban yendo por mi culpa!, ¡no me merezco tener amigos!, etc.”.

Con ese diálogo interno, normal que se evite estar sola/o, porque si estar sola/o conlleva esos pensamientos, esos pensamientos darán lugar a tristeza, culpabilidad, autocrítica destructiva, … lo cual influirá negativamente en la autoestima. Entonces la persona evitará estar sola/o a todo costa, aún juntándose con malas compañías, o aislándose de sí mismo con distracciones constantes como videojuegos, televisión, internet.

No me siento solo, sino que prefiero estarlo

Al contrario, otras personas prefieren estar solas, se sienten mejor así. Muchos individuis no se cuestionan por qué se sienten solos porque realmente han decidido que es algo que quieren. Pero… ¿por qué esas personas prefieren estar solas?

Partamos de la idea de que la soledad no en todos los casos conlleva aislamiento o evitación, a veces es deseada y sumamente disfrutada (con un diálogo interno adecuado). En cambio, algunas veces la soledad se elige con fines de seguridad (zona de comfort), así como para evitar situaciones de pérdida.

Aquí tienes un ejemplo:“paso de tener amigos, prefiero estar solo”, esto realmente se traduciría en “Quiero tener amigos pero no estoy dispuesto a asumir el riesgo de perderlos”.Muchas personas, sobretodo adolescentes piensan así después de haber sufrido decepciones con iguales. Para algunas personas estas “pérdidas” se hacen intolerables, posiblemente porque no crean que puedan hacer amigos nuevos, o porque hacer amigos nuevos les supone una gran dificultad porque les cuesta relacionarse.

En este cuadro pueden coexistir diversas variables que pueden observarse con frecuencia: dificultades sociales, el temor ante una nueva pérdida, la falta de apoyo percibido, y la maximización o generalización de la experiencia como dolorosa y altamente dramática puede llevar al aislamiento por soledad autoimpuesta.

Me siento solo por a pérdida de un amigo

Por qué te sientes solo se puede justificar o explicar de muchas maneras. En primer lugar, tendríamos la pérdida de un amigo que concebimos como inevitable porque en este caso no depende de nosotros, la elección ha sido del otro. Esto nos produce tristeza porque nos sentimos abandonados, y/o podemos sentir culpa porque sentimos que hemos perdido a esa persona (como si tuviéramos algo que ver en su elección, cuando es evidente que no queremos que se aleje de nosotros). “Me siento muy solo desde que Tomás pasó de mí” (tristeza), “necesito que me diga que he hecho mal para que se fuera” (culpa).

El efecto de maximizar

Estas emociones pueden verse maximizadas de modo que le demos mucha importancia, con lo que aumentaremos su intensidad de malestar. Otro proceso erróneo que suele producirse sobre este tipo de situaciones es la sobre-generalización (temporal y situacional), que consiste en pensar que esa situación va a volver a repetirse en el futuro, y con diferentes personas. Traducido a la anterior problemática sería tener miedo a que en el futuro los amigos vuelvan a abandonarle con el respectivo daño que supone. “¿Para qué voy a hacer amigos? ¿para que me abandonen otra vez?.

Me siento solo por la falta de apoyo percibido

El siguiente punto que te haría plantearte «me siento sólo» sería la falta de apoyo percibido, ¿por qué percibido?. El apoyo que percibe la persona que tiene se ha demostrado que es más importante, y favorece más el bienestar de la persona que el apoyo real que verdaderamente tiene esa persona. La pérdida del amigo va a reducir esa percepción de apoyo contribuyendo al proceso de “soledad auto-impuesta”, ya que si percibo que no tengo apoyo, me aíslo, y más pensando en la culpa que siento por la pérdida reciente que he tenido. En cierto modo puede que el aislamiento suceda en forma de auto-castigo si realmente magnificamos ese sentimiento de culpa, “nadie quiere estar conmigo, mejor me quedo solo” o «me lo merezco».

Las dificultades sociales

Las dificultades sociales pueden incrementar la elección de la “soledad auto-impuesta”, ese «me siento solo» que, sin querer, nos imponemos, puesto que si no me veo capacitado para entablar nuevas relaciones no voy a intentarlo, y así evito exponerme a posibles rechazos (miedo o sensibilidad al rechazo). “Me da mucha vergüenza intentar hacer amigos, me cuesta tanto que prefiero no intentarlo, así al menos nadie se ríe de mí”.

El temor de la nueva pérdida

Por último, el temor a una nueva “pérdida” supone otro refuerzo más hacia la elección de  la “soledad autoimpuesta” porque ese miedo me incapacita para actuar, huyo de las consecuencias que puede tener hacer nuevos amigos. “No podría soportar que me pasara otra vez”, “lo pasé tan mal que me da miedo”.

La realidad es que a muchos de nosotros nos ha pasado esto, sea con amigos o con parejas, y seguramente habrá personas a las que les haya pasado con nosotros, esto nos enseña que el cambio una vez más es norma más que excepción en los humanos. Difícilmente todos los amigos duran para siempre, con lo que podemos partir de la idea de que cada uno cumple su función en un momento determinado de nuestra existencia, al igual que nosotros en la suya.

Probablemente, ese amigo de la infancia o la adolescencia que tanto nos dolió que se fuera, a día de hoy no queramos volver a retomar la relación, sin despecho de por medio. O puede ser que sí queramos, intentemos retomarla y veamos que ya no es lo mismo que pensábamos que sería. De hecho, si ha pasado tanto tiempo probablemente sea como conocer a una persona nueva.

Fijaos en el mismo lenguaje que utilizamos para designar a estas personas “perdidas” y no precisamente porque hayan ido a dar un paseo por el monte y no se las encuentre. Nosotros mismos nos estamos predisponiendo a aceptar una especie de culpa ante esa situación, quizás apareciendo preguntas del tipo “¿en qué fallé?, ¿qué le hice para que se alejara?, ¿qué tienen sus amigos que no tenga yo?”.

A veces, la gente se va porque lo prefiere

A veces simplemente las personas se van porque en ese momento quieren o prefieren (que no necesitan) estar con otro tipo de personas que le brinden otras experiencias, o simplemente quieren probar cosas nuevas, quieren desenvolverse en un ámbito nuevo. Es decir, su elección no tiene ni por qué estar directamente relacionado con nosotros. Podemos pensar que sencillamente esta persona se encuentra en una etapa distinta a la nuestra, y es que probablemente a nosotros ni siquiera nos guste esa nueva etapa por la que está pasando.

Esa típica escena de adolescentes en los que “Amigo Aarón” se siente abandonado por su mejor “Amigo Blas” y el primero le dice: “¿Qué te está pasando? No eres el mismo de antes, ya no quieres ni pasar tiempo conmigo”. Tal vez Blas siguiendo los guiones de las típicas series de teenagers, puede que se cansara de ser un paria víctima de los “payasetes” de la clase, y de pronto el único método de afrontamiento a la situación que ya le supera, fuera unirse a este grupo no con el fin de sentirse bien, sino con el fin de dejar de sentirse mal.

Aceptemos que el cambio forma parte de la vida de las personas, nosotros también atravesamos esos cambios y preferimos cambiar de entorno, de trabajo, de amigos, de restaurante, etc. Y no significa que el entorno, el trabajo, los amigos o el restaurante se hayan portado mal o nos hayan cansado, simplemente como personas cambiantes queremos o preferimos variar o probar cosas nuevas.

Firmar la paz con la soledad

Algo que nos va a facilitar mucho la existencia va a ser aceptar la soledad como un estado más del ser humano, que no tiene por qué ser necesariamente negativo porque nuestra cultura pretende que nos rodeemos constantemente de personas y salgamos, viajemos y en definitiva «disfrutemos de la vida», un concepto que me recuerda los beneficios que tiene este estilo de pensamiento que al final busca fomentar el consumismo. A los negocios les beneficia que no te lleves bien con tu soledad y salgas a «distraerte». Cuando muchas veces puede ser mucho más satisfactorio un buen proceso introspectivo o momento reflexivo (posiblemente acompañado de lápiz y papel).

Por supuesto, habrá situaciones u ocasiones en las que no queramos estar solos, o simplemente prefiramos estar acompañados y se puede perfectamente disfrutar, puede que más, pero la finalidad de mi escrito es que en momentos de soledad igualmente estemos a gusto, aprovechemos para conocernos mejor, analizarnos a nosotros mismos, examinar el mundo o hasta reflexionar sobre la reproducción de las tortugas.

La soledad elegida y disfrutada es una magnífica compañera de vida. Estaríamos pasando de «me siento solo» a «estoy cómodo con la soledad que he decidido tener»

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