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Cuando una persona cumple los criterios de un diagnóstico mental específico que se engloba dentro de la Clasificación Internacional de Enfermedades Mentales (CIE) o del Manual de Enfermedades Mentales (DSM) es entonces cuando el profesional correspondiente decide si poner la “etiqueta diagnóstica” o no.

¿Por qué depende de la decisión del profesional el diagnóstico mental?

Porque hay factores que los manuales no contemplan o los dejan a criterio del profesional por ser subjetivos, como pueden ser las circunstancias que rodean a la persona o la edad. Incluso, puede ser que el diagnóstico oficial traiga más consecuencias para la persona que beneficios, y por lo tanto, se opte por no realizarse.

¿Cómo puede ser el proceso psicológico por el que pasará?

En primer lugar, la persona debe enfrentarse a una idea contaminada por mitos y prejuicios basados en el desconocimiento (estigma), que en nuestra cultura se extiende desde las personas que rodean al afectado como familiares o amigos, hasta los profesionales del sector sanitario, e incluso están presentes en el propio sujeto, el autoestigma.

¿Cuáles son los mitos y prejuicios del diagnóstico mental?

Las personas con diagnóstico mental son peligrosas, están locas, no pueden llevar una vida normal, están así porque quieren, no pueden recuperarse, necesitan estar medicados, son débiles, los trastornos mentales solo les puede dar a determinadas personas, es mejor tenerlos lejos, etc.

Solo con estos pensamientos, la libertad de la persona para buscar un profesional que le ayude va a verse coartada con miedos como «¿qué me dirán?» o, «pensarán que estoy loca». Es por esto que muchos lo ocultarán o preferirán no ir e intentar arreglárselas. Esto último probablemente agrave aún más los problemas, con lo que cuando se decidan a pedir ayuda serán más difícil de resolver que si hubieran venido desde la primera vez que se les ocurrió.

Consecuencias del estigma

Estos pensamientos erróneos transmitidos van a generar toda una serie de dificultades extra para las personas que han sido diagnosticadas. Para empezar, la persona va a tener que lidiar con todas esas ideas que sabe que existen y que muy probablemente ella también las crea, lo que desembocará en emociones como la vergüenza, la culpa, la tristeza o la ira, que favorecerán a su vez un aislamiento social voluntario. Es por esto que muchos intentarán ocultarlo o preferirán no pedir ayuda a un profesional e intentar arreglárselas. Esto último probablemente agrave aún más los problemas, con lo que cuando se decidan a pedir ayuda serán más difíciles de resolver que antes.

¿Cómo afrontarán las personas el diagnóstico mental?

Dependerá de diversos factores como la forma en que se realice el diagnóstico, si en cierto modo la persona ya se estaba preparando para ello, si el profesional ha fomentado una actitud positiva, la propia concepción que tenga la persona sobre ese diagnóstico, el auto-estigma, etc.

Sentir tranquilidad

Habrán personas a las que el tener la “etiqueta diagnóstica” les dé tranquilidad porque por fin sienten que encajan en una categoría, significa que hay más personas como ellas, tienen una explicación sobre lo que les sucede, ya no se sienten perdidas y a partir de aquí pueden crecer, mejorar su calidad de vida y aprender a llevar su condición de la mejor manera, o incluso llegar a salir de ella (no todos los diagnósticos son irreversibles).

Abandonar el tratamiento

Habrán personas a las que les servirá para no responsabilizarse de sus actos y dejar el tratamiento, «echar balones fuera» y pensar que es una condición incontrolable y por lo tanto es obra de la mala suerte y no hay nada que hacer. Puede ser una buena excusa para no intentar mejorar su situación o esforzarse por ejemplo, en obtener un trabajo.

Sentir ansiedad

Por último, habrán personas a las que el impacto del diagnóstico les produzca una profunda ansiedad, e incluso depresión ya que se sentirán impotentes, lo vivenciarán como una desgracia o como algo que pertubará enormemente sus vidas siempre y que no pueden controlar, pueden llegar a pensar que están mejor recluidos para no poner en «riesgo» a nadie, o para que nadie les soporte llegando a pensar que son una molestia o una carga que nadie merece. Del entorno que rodea a la persona diagnosticada depende en gran medida que esta visión vaya menguando.

En estos dos últimos casos las personas muy probablemente tenga un mayor autoestigma y estigma percibido por parte de los demás que les rodean. Es tarea de todos ir cambiando estas ideas que solo hacen dificultar la recuperación de las personas que ya de por sí sufren mucho con su problemática, a lo que tienen que añadir prejuicios que supongan un extra de sufrimiento completamente perjudicial e innecesario.

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